Claro de Luna
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 Sol de Medianoche: cap. 1 parte 3

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Edward Cullen
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Edward Cullen


Cantidad de envíos : 89
Fecha de inscripción : 24/02/2008

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MensajeTema: Sol de Medianoche: cap. 1 parte 3   Sol de Medianoche: cap. 1 parte 3 Icon_minitimeLun Feb 25, 2008 2:08 am

De modo que sería mejor encargarme primero de los testigos.
Me tracé un esquema mental. Yo estaba en mitad de la
habitación, en la última fila de la parte de atrás. Empezaría
por el lado derecho. Estimé que podría romper aproximadamente
entre cuatro y cinco cuellos por segundo, y sería
menos escandaloso. El lado derecho sería el de los afortunados
porque no me verían llegar. Después daría la vuelta por
la parte frontal e iría de delante hacia atrás por el lado izquierdo;
matarlos a todos me llevaría a los sumo cinco segundos.
Sin embargo sería tiempo suficiente para que Bella viera
con claridad lo que se le venía encima. Suficiente para que tuviera
miedo. Suficiente para que gritara, si el susto no la dejaba
paralizada en su sitio. Sólo un débil grito que no haría venir
a nadie corriendo.
Aspiré una bocanada de aire y el olor se convirtió en un fuego
que corrió por mis largas venas vacías y me abrasó el pecho
hasta consumir cualquier impulso positivo que hubiera sido
capaz de sentir.
En ese preciso momento se estaba dando la vuelta. Estaría
sentada a pocos centímetros de mí dentro de escasos segundos.
El monstruo en mi mente sonrió ante la expectativa.
Alguien sentado cerca de mí, a la izquierda, cerró de golpe
una carpeta. No miré para ver cuál de los malditos humanos
había sido, pero el movimiento envió una bocanada de aire
normal, inodoro, hacia mi rostro.
Durante un escaso segundo, pude pensar con claridad. En
ese precioso segundo, vi dos rostros en mi mente, uno al lado
del otro.
Uno era el mío, o más bien lo había sido: el monstruo de
ojos inyectados en sangre que había matado a tanta gente que
había dejado de contarlos. Asesinatos racionalizados y justificados.
Un asesino de asesinos; el asesino de otros monstruos
menos poderosos. Era consciente de que se trataba de un
complejo de dios, si pudiera llamarlo así, el de alguien que
cree poder decidir quién merece una sentencia de muerte. Era
un compromiso conmigo mismo: me alimentaba de sangre
humana, pero en su definición más amplia, ya que mis víctimas
eran, debido a sus varios y oscuros pasatiempos, escasamente
más humanos que yo.
El otro rostro era el de Carlisle.
No había ninguna semejanza entre ambos rostros. Eran como
la noche y el día.
No existía ningún motivo para buscar semejanzas. Carlisle
no era mi padre en un sentido biológico estricto y no compartíamos
características similares. El parecido en el color de
la piel se debía a lo que éramos; todos los vampiros tienen la
misma tez helada y pálida. El parecido en el color de nuestros
ojos era otra cosa: el reflejo de nuestra mutua elección.
Y aun así, aunque no había base para establecer semejanzas,
me imaginaba que mi rostro había comenzado a reflejar el suyo
hasta cierto punto, en los malditos últimos setenta años durante
los cuales yo había abrazado su camino y seguido sus pasos.
Mis rasgos no habían cambiado, pero a mí me parecía que
algo de su sabiduría había marcado mi expresión y que algo de
su compasión podía encontrarse en la forma de mi boca, así
como trazas de su paciencia eran evidentes en mi ceño.
Todas estas pequeñas mejoras habían desaparecido de la cara
del monstruo. En pocos momentos, no quedaría en mí nada
que reflejara los años que había pasado con mi creador, mi
mentor, mi padre en todos los sentidos que importan. Mis
ojos volverían a brillar rojos como los del diablo; toda la bondad
habría desaparecido para siempre.
Yo veía el rostro de Carlisle en mi mente, y sus ojos amables
no me juzgaban. Sabía que él me perdonaría por el horrible
acto que iba a cometer, porque me amaba, porque pensaba
que era mejor de lo que realmente era. Y seguiría queriéndome,
incluso aunque le demostrara que estaba equivocado.
Bella Swan se sentó en la silla que había a mi lado con movimientos
rígidos y forzados, ¿por el miedo?, y el olor de su
sangre se extendió como una nube inexorable a mi alrededor.
Le demostraría a mi padre que se había equivocado conmigo.
Y la tristeza de este hecho hería casi tanto como el fuego
de mi garganta.
Me aparté de ella con asco, sintiendo repugnancia por el
monstruo que deseaba tomarla.
¿Por qué tenía que haber venido aquí? ¿Por qué tenía que
existir? ¿Por qué tenía ella que destruir la poca paz que me
quedaba en esta existencia mía de redivivo? ¿Por qué había tenido
que nacer esta irritante humana? Acabaría conmigo.
Volví la cara para no verla en cuanto me invadió una repentina
furia, un odio irracional.
¿Quién era esta criatura? ¿Por qué yo, por qué en ese momento?
¿Por qué debía perderlo todo ahora sólo porque a ella
le había dado por escoger esta insólita ciudad para aparecer?
¡¿Por qué había venido hasta aquí?!
¡Yo no quería ser un monstruo! ¡No quería matar en esta
habitación llena de niños inofensivos! ¡No quería perder to-
do lo que había ganado en una vida entera de sacrificio y privaciones!
No podía… Ella no podía hacerme eso.
El olor era el problema, el enorme atractivo de su olor. Si
hubiera alguna manera de resistir… Bastaría que otro chorro
de aire fresco me aclarara la cabeza.
Bella Swan sacudió su cabello largo, espeso, de color caoba,
en mi dirección.
¿Estaba loca? ¡Era como si le diera alas al monstruo! Tanteándole.
Esta vez no había ninguna brisa amable que apartara el olor
lejos de mí. Pronto estaría todo perdido.
No, no hubo ninguna brisa. Pero yo no tenía por qué respirar.
Paré el flujo de aire a través de mis pulmones; el alivio fue
instantáneo, pero incompleto. Todavía tenía el recuerdo del
olor en mi cabeza y el sabor en el fondo de mi lengua. Ni siquiera
podría resistir eso durante mucho tiempo. Pero quizás
fuera capaz de soportarlo una hora. Una hora. Sólo el tiempo
necesario para salir de esa habitación llena de víctimas, víctimas
que quizás no tendrían que serlo. Si era capaz de contenerme
sólo durante una hora.
No respirar era una sensación incómoda. Mi cuerpo no
necesitaba oxígeno, pero iba contra mis instintos. Yo confiaba
más en el olor que en cualquiera de los otros sentidos
en momentos de tensión. Era el que me guiaba durante la
caza y el primero que avisaba en caso de peligro. No solía
encontrarme en situaciones difíciles siendo yo un peligro
en mí mismo, pero el instinto de supervivencia era tan
fuerte en mi naturaleza como en el de un ser humano normal.
Incómodo, pero manejable. Más soportable que olerla a ella
y no poder hundir mis dientes en su fina piel, delicada y
transparente hasta llegar al cálido, húmedo, pulsante…
¡Una hora! ¡Sólo una hora! Debía dejar de pensar en el olor,
en el sabor.
En silencio, la chica mantuvo el pelo entre nosotros, inclinándose
hacia delante hasta que dejó caer la melena sobre la
carpeta. No podía verle la cara, ni podía intentar leer sus
emociones en sus sinceros ojos profundos. ¿Había sido por
eso por lo que ella había extendido su cabellera entre nosotros?
¿Quería esconder esos ojos de mi vista? ¿Sólo por miedo?
¿Por timidez? ¿Para mantener ocultos sus secretos?
Mi irritación anterior por no ser capaz de leerle los pensamientos
era poca cosa en comparación con la necesidad —y
el odio— que me embargaba en ese momento. Porque yo
odiaba a esa frágil adolescente que se sentaba a mi lado, la
odiaba con la misma fuerza con la que me sentía apegado a
mi anterior identidad, al amor por mi familia, a mis sueños
de ser algo mejor que lo que era… Odiarla, odiar el modo en
que ella me hacía sentir, me ayudaba un poco. Sí, y la irritación
que había sentido antes no era importante, pero también
me favorecía. Me ceñí a cualquier emoción que me distrajera
de imaginar su delicioso sabor…
Odio e irritación. Impaciencia. ¿Es que la hora no iba a terminar
nunca?
Y cuando la hora terminara… Entonces ella saldría de esta
habitación, y ¿qué haría yo?
Podría presentarme. Hola, me llamo Edward Cullen. ¿Puedo
acompañarte a tu próxima clase?
Me contestaría afirmativamente aunque, como yo sospechaba,
me temiera, porque era la respuesta educada y apro-
piada. Bella seguiría la costumbre y caminaría a mi lado. Resultaría
bastante fácil llevarla en la dirección equivocada. Un
espolón del bosque sobresalía como un dedo hasta tocar la
parte posterior del aparcamiento. Podría decirle que había olvidado
un libro en mi coche…
¿Se daría cuenta alguien de que yo había sido la última persona
con la cual la habían visto? Estaba lloviendo, como siempre.
Dos impermeables oscuros encaminándose en la dirección
equivocada podrían despertar un interés excesivo y delatarme.
Además, no era el único que había reparado en ella aquel
día, aunque ninguno de forma tan devastadora como yo. Mike
Newton, en especial, estaba pendiente de cada cambio de
su postura en la silla mientras ella se movía nerviosamente; estaba
tan incómoda por estar cerca de mí como cualquiera en
su lugar, como yo habría esperado antes de que su olor hubiera
destruido cualquier interés caritativo. Mike Newton seguramente
notaría si ella salía de clase conmigo.
Podría soportarlo una hora, ¿y dos?
Me estremecí a causa del dolor y la quemazón.
Ella volvería a una casa vacía, ya que el jefe de policía Swan
trabajaba a jornada completa. Conocía el edificio, del mismo
modo que conocía cada casa en esta ciudad tan pequeña. La casa
se encontraba aislada en lo alto de la ciudad, junto a un espeso
bosque, sin vecinos cerca. Incluso aunque ella tuviera tiempo
para gritar, que no lo tendría, no habría nadie que la escuchara.
Ésta era la manera más responsable de llevar el asunto. Había
pasado siete décadas sin probar la sangre humana. Si contenía
la respiración, podría aguantar dos horas más. Y cuando
ella estuviera sola, no habría ocasión para que nadie resultara
herido. Y no existe motivo alguno para precipitarse, el monstruo
de mi cabeza me dio la razón.
Era un sofisma pensar que sería menos monstruo por salvar
a los diecinueve humanos del aula con esfuerzo y paciencia y
matar sólo a esa inocente joven.
Aunque la odiaba, sabía que mi odio era injusto. Me di
cuenta de que a quien detestaba realmente era a mí mismo.
Y me odiaría más aún cuando ella hubiera muerto.
Soporté toda la hora así, imaginando las mejores formas de
matarla. Evite visualizar el acto real, ya que esto habría sido
demasiado para mí. Perdería la batalla y terminaría matándolos
a todos. Así que me concentré en el aspecto estratégico del
plan y nada más.
Ella me miró más allá de la muralla de sus cabellos en una
sola ocasión, casi al final de la clase. Sentía arder en mi interior
aquel odio injustificado cuando nuestras miradas se encontraron
y lo vi reflejado en sus ojos asustados. El arrebol
cubrió sus mejillas antes de que pudiera volver a esconderse
en su pelo y yo casi perdí los estribos.
Menos mal que sonó el timbre. Salvado por la campana,
igual que en el dicho. Ambos nos habíamos salvado: ella de la
muerte, y yo, durante un breve tiempo, de convertirme en la
criatura de pesadilla que temía y detestaba.
No pude moverme con la lentitud habitual mientras salía
de la clase. Algún observador ocasional hubiera averiguado
que había algo raro en mi forma de caminar, pero nadie me
prestó atención. Todos los pensamientos humanos seguían girando
en torno a la chica que estaba condenada a morir en
poco menos de una hora.
Me escondí en el coche.
No quería pensar en mí mismo como en alguien que se debía
ocultar. Se parecía demasiado a la cobardía, pero sin duda
ése era el caso ahora. En aquellos momentos, no tenía la disciplina necesaria para
permanecer rodeado de humanos. Al concentrar todas mis
energías en no matar a uno de ellos, me había quedado sin
fuerzas para resistirme frente a los demás. En caso contrario,
menuda pérdida. Ya que tenía que rendirme al monstruo, al
menos haría que mereciera la pena la derrota.
Puse el CD con la música que por lo general me calmaba,
pero me sirvió de poco. No, lo único que en ese momento
podía ayudarme era el aire frío, húmedo y limpio que soplaba
con la ligera lluvia a través de las ventanas abiertas. Aunque
todavía podía recordar el olor de la sangre de Bella Swan con
perfecta claridad, inhalar el aire era como limpiar el interior
de mi cuerpo de una infección.
Me sentía bien otra vez. Podía pensar de nuevo. Y ahora era
capaz de volver a enfrentarme contra lo que no quería ser.
No tenía por qué ir a su casa, ni tenía por qué matarla. Sin
duda, yo era una criatura pensante, racional y tenía posibilidad
de elegir. Siempre había una oportunidad.
No me había sentido así en la clase, pero ahora estaba lejos
de ella. Quizás, si la evitaba cuidadosamente, con mucho,
mucho tiento, no tendría necesidad de cambiar de vida. Ahora
tenía todo organizado del modo que me gustaba. ¿Por qué
debía permitir que esa deliciosa e irritante personita lo arruinara
todo?
No tenía por qué disgustar a mi padre, ni causar tensión,
preocupación o dolor a mi madre. Sí, aquello también iba a
disgustar a mi madre adoptiva. Y Esme era tan dulce, tan
amable, tan gentil. Provocar dolor a alguien como Esme era
verdaderamente imperdonable.
Qué irónico sonaba mi deseo de proteger a esa joven humana
de la amenaza irrisoria y torpe de los pensamientos despectivos
de Jessica Stanley. Yo era la última persona que podría haberse
erigido nunca como defensor de Isabella Swan. Ella nunca necesitaría
protegerse tanto de nada como de mí mismo.
De pronto, me pregunté dónde estaría Alice. ¿No me había
visto matar a la joven Swan de mil formas diferentes? ¿Por
qué no había venido en mi busca o en mi ayuda, para detenerme
o al menos limpiar las evidencias? ¿Estaba ella tan absorta
vigilando a Jasper de que se metiera en problemas que
no había sido consciente de otras posibilidades mucho peores?
¿Era yo más fuerte de lo que pensaba? ¿Y si realmente no
iba a hacerle nada a la joven? No. Yo sabía que eso no era verdad.
Alice debía de estar muy concentrada en Jasper.
Busqué en la dirección en que sabía que la iba a encontrar,
dentro del pequeño edificio donde se impartían las clases de
inglés. No me llevó mucho localizar su «voz» familiar. Y llevaba
razón. Volcaba todos sus pensamientos en Jasper, vigilando
las mínimas posibilidades minuto a minuto.
Deseaba pedirle consejo, pero, al mismo tiempo, me alegraba
que ella ignorase de lo que yo era capaz y que, en la última
hora, había considerado seriamente la posibilidad de provocar
una masacre.
Un nuevo fuego recorrió mi cuerpo, el de la vergüenza. No
quería que ninguno de ellos lo supiera.
Si lograba evitar a Bella Swan, si me las arreglaba para no
matarla —el monstruo se retorció y le rechinaron los dientes
de frustración sólo de pensarlo—, en tal caso, nadie se enteraría.
Si pudiera alejarme de su aroma…
No había razón alguna para no intentarlo al menos. Elegir
lo correcto. Tratar de ser lo que Carlisle pensaba que era.
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Serpens
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MensajeTema: Re: Sol de Medianoche: cap. 1 parte 3   Sol de Medianoche: cap. 1 parte 3 Icon_minitimeLun Feb 25, 2008 10:27 pm

Ah, pobre Edward!!!!
Resistirse le fue más difícil de lo que se ve en el libro, de lo que le cuenta a Bella!
Y encima a Bella no le cuenta que planeaba 'encargarse de los testigos'. O al menos yo no lo recuerdo...
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http://www.fotolog.com/la_judia_errante
Alice Cullen
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MensajeTema: Re: Sol de Medianoche: cap. 1 parte 3   Sol de Medianoche: cap. 1 parte 3 Icon_minitimeMar Feb 26, 2008 1:20 am

Si.. pobrecito.. además eso dle pelo! ella lo hacía para ocultarce.. pero por otro lado, estaba pidiendo su muerte.
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MensajeTema: Re: Sol de Medianoche: cap. 1 parte 3   Sol de Medianoche: cap. 1 parte 3 Icon_minitime

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